En un momento dado, en la escuela aparecieron casquillos de pistola automática. En el patio de la escuela existía una cultura de canje de juguetes: autitos de metal por aviones de plástico, conejos de goma por tambores de madera, y tal. Comentario aparte: si alguna posesión de un amigo te gustaba, podías simplemente pedirla regalada. Y se asumía que te lo tenía que regalar. Ahora bien, si la respuesta era "no", era tan culpa de él por amarrete, como tuya, por pedir lo que no debías y ponerlo en esa situación incómoda. Como dijo el poeta, "el amigo no te abandonará en la desgracia, ni pedirá de más" [ref. 2:57 a 3:27]. Y como estaba diciendo, de repente empezaron a circular estos casquillos. Creo que llegué a tener alguno, pero no estoy seguro. Sí recuerdo la primera vez que tuve uno en mis manos. Iban pasando de banco en banco en medio de una clase. Había de los comunes, pequeños cilindros de bronce, y de salva, con el plegado en la parte delantera.
¿De donde salieron? Bueno, en un país con servicio militar obligatorio esas cosas son comunes. Como dijo alguien cuando vio un video, "cuanto milico!". Y eso que ya lo sabía. Otro aparte: yo y mis dos mejores amigos ya teníamos resuelto donde íbamos a cumplir el servicio. Esto llevaba a unas interesantes discusiones, sobre qué era más poderoso, un barco de guerra, un avión de combate o un tanque. Incluso se evaluaban escenarios donde dos pactaban contra un tercero, etc.
En fin, esto lleva al siguiente nivel. Una vez de visita en lo de K. (uno de los dos que mencioné más arriba), un niño de la barrita del complejo mostró su nuevo tesoro: un puñado de balas de AK. El hermano mayor estaba de franco del servicio militar, y le trajo al hermanito una colección. Ahí estábamos, en medio del patio del edificio, apiñados y admirando aquellas joyas. Es que eran otra cosa. A diferencia de los casquillos de la escuela, eran proyectiles completos, con su casquillo y su bala, y no eran de pistola, sino de Kalashnikov, un arma de guerra de verdad. Comparadas con aquellas, eran grandes y pesadas, y había de varios tipos. Había balas del color del plomo, otras del cobre, o tenían la punta pintada de color: rojo, verde, negro...
Obviamente, surgió la discusión de qué hacer con ellas. Es casi seguro que alguien propuso tirar una a una fogata, y alguien retrucó que eso era una mala idea y contó alguna historia terrible que escuchó en algún lado o leyó en el diario, sobre unos niños en alguna aldea que encontraron una mina antitanque o bomba de aviación sin detonar de hace 40 años e hicieron alguna salvajada. (Esas cosas aparecían y siguen apareciendo, por ejemplo una bien reciente del barrio). Finalmente se acordó lo siguiente: se enterraría una bala con la punta para abajo, dejándola al ras del suelo, y con un clavo y una piedra se procedería a percutir el detonante. Para ver qué pasaba. Obviamente, la ignición estaría en manos del dueño de la bala. Y se procedió. Se eligió un pedazo de terreno cerca de los contenedores de basura, y se excavó un pequeño agujero. El Artillero se arrodilló con un clavo en una mano y una piedra en la otra, y el resto de los niños se pusieron a una distancia acorde a su nivel de confianza en el experimento: algunos en cuclillas junto al proyectil, otros en punta de pies un paso atrás.
La piedra golpeó el clavo, el clavo golpeó el detonante, nada pasó. Otro intento: nada. Que intente otro. Nada. ¿Una piedra más grande? Tampoco. Para poder pegar mas fuerte sin triturarse los dedos, se omitió el clavo. Cada niño intentó, con los más diversos implementos, detonar el artefacto, pero sin éxito. Se decidió intentar apoyar la bala en algo más firme: la bala se había ido enterrando lentamente a fuerza de ladrillazos. Y hete aquí que al extraer el proyectil de la tierra, todo deformado por los golpes, la bala se separa del casquillo y se cae. ¿Y qué resulta? Qué no tenía pólvora. El Hermano Mayor había vaciado los cartuchos antes de regalarlos al Hermano Menor.
¿Moraleja? No se. ¿Que hay problemas para los que ninguna herramienta es la adecuada?
2 comentarios:
Y todo eso pasó en ruso!. Excelente!. Ahora que me hacés acordar yo tenía balas capitalistas. Las cosas de la vida.
Y yo también!, no se como habíamos encontrado una en las rocas de la playa del Cerro con la que intentamos una pavada semejante, pero la bala era pongámosle calibre 22. Un juguete en comparación con el Obus ese del barra soviética.
Tampoco la pudimos hacer reventar, pero recuerdo como yo era de los niños que miraban más bien de lejitos.
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